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Orgullosamente enclavada entre las montañas de la región nororiental de Trás-os-Montes, la antigua ciudad de Bragança dio su nombre a la última dinastía real de Portugal, la cual desciende de un hijo ilegítimo del rey João I, quién se convirtió en primer duque de Bragança, en 1442.
La aislada ciudadela amurallada data del siglo XII y se encuentra sorprendentemente bien conservada; vale la pena admirar el castillo, con sus atalayas y mazmorras, la
Domus Municipalis pentagonal, un ejemplo único de la arquitectura civil románica en Portugal, que sirvió de lugar de reunión para los «hombres buenos» del municipio, o la picota medieval, formada por una columna que se levanta sobre una cerda esculpida en granito; aun dentro de la zona fortificada, la Iglesia de Santa María exhibe un portal tallado, restaurado en el siglo XVIII.
Fuera de los muros del castillo, también hay monumentos religiosos importantes, como la Iglesia de San Benito, con techos magníficamente pintados, o la Iglesia de San Vicente, construida en el siglo XIII y reconstruida en el XVII, que exhibe espléndidos trabajos en madera dorada e interesantes tableros de azulejos.
El Museo del Abade de Baçal muestra pinturas, esculturas, muebles y trajes tradicionales, y también siniestros instrumentos de tortura.
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